Bara
Mensajes : 15 Fecha de inscripción : 09/06/2008 Edad : 38
Hoja de personaje NS: (100/100) Provisiones: Herramientas:
| Tema: Schlummer Dauernd (Narrativa corta) Jue Jun 12, 2008 12:21 am | |
| Voy a postear una historia que escribí este mismo año para el concurso literario del instituto. Como ya véis en el título, se trata de Narrativa corta, es decir, ocupa unas 4 paginas más o menos en word, y es lo que en términos de Fanfic se llamaría un Oneshot . Pues bueno, no voy a hacer un resumen ni nada, porque suficientemente corto es como para captar de qué va nada más empezar. Sin más preámbulos: Hoy, recuerdo días de hace ya mucho, mucho tiempo, en que yo, a pesar de mi edad –fácilmente calculable con los dedos de una sola mano- ya era considerado la persona sentimentalista que siempre he sido. Recuerdo aquellas tardes de mi niñez, en que dejaba de lado todos los juguetes, la televisión y demás cosas que supuestamente bastaban para hacer felices a todos los críos, y me encaramaba por las tuberías para llegar al tejado de nuestra casa de dos pisos. Y que una vez allí, me recostaba, y me quedaba durante horas mirando el cielo, la luna y las estrellas, intentándolos tocar. Y día tras día, extendía mi mano hacia el cielo, con la curiosidad del niño que era, con la ilusión de llegarlos a tocar. Pero, sin embargo, nunca lo conseguía.
Las dudas me asaltaban: “¿Por qué no puedo? ¿Por qué si están ahí enfrente, y puedo verlos con mis propios ojos?”. Y fue entonces, bajo el cielo estrellado de una noche lluviosa, que lo comprendí. Que nunca llegaría a tocarlos, porque aunque ante mis ojos todo pareciera tan insignificante, y pensara que todo podía caber en la mismísima palma de mi mano, la realidad era sencilla y tajante: hay cosas que uno no puede alcanzar.
Y eso, a mi corazón, el corazón de un niño ignorante a la vez que sensible e idealista, le dolió. Al corazón de un niño que soñaba con llegar a tocar un cielo azul, lleno de nubes blancas, una luna, con su brillo celestial y unas estrellas, luces radiantes en el firmamento, le dolió.
Y por ello, llegué a la conclusión de que desde luego, a veces la realidad dolía, pero que dolía mucho más abandonar una fantasía, despertarse de un dulce y profundo sueño, y ver que lo que vivido no había sido más que eso, un sueño. Llegué a la conclusión de que por bueno que fuera el sueño, y por mucho que quisiera que fuese realidad, siempre acabaría despertando. Y que por ese motivo, por bueno que fuera el sueño, siempre llegaría a herir más que la realidad.
Y me di cuenta también... que a más largo el sueño, peor sería el despertar.
Schlummer dauernd (El sueño eterno)
Camino, un paso tras otro. Me acerco a la ventana de la habitación.
“Quiero... morir...”
¿Morir, eh...? Supongo que es algo normal, después de todo por lo que ha tenido que pasar. Cargas demasiado pesadas para alguien tan débil. Cargas que no ha podido soportar. Me pregunto, ¿le importará a alguien que ese pobre diablo muera?
¿Qué pasaría si los humanos tuviéramos alas? Sería genial volar en este cielo azul, lejos de todo problema, dificultad y malestar. Volar a un lugar tan lejano que nada de eso nos pudiese alcanzar jamás.
Pero, por otro lado... Si por casualidades del destino, sucediera como con él, y acabáramos perdiendo esas alas, todo sería mucho peor que al principio, ¿verdad? Acostumbrados a vivir con ellas, ¿qué sucedería cuando todo se volviera pedazos, cuando descubriéramos que tan solo habíamos estado soñando...? Porque pasado todo, todo quedaría en eso: en un sueño. Y después de un sueño, siempre llega el despertar: la cruel vuelta a la realidad.
¿Qué hacer entonces, cuando perdiésemos las alas?
En una bandada de pájaros, cuando uno pierde sus alas, ya no podrá volar con el resto.
La cuestión es... ¿es este el caso?
Unos gritos hacen que mire hacia abajo, desde ese ventanal de cuarto piso. Una joven, de mi misma edad me atrevería a decir, corre con desesperación en dirección al edificio, mientras intenta recibir respuesta a las llamadas que envía con su móvil. Eso parece responder a mi pregunta. Sonrío, y me acerco a esa persona depresiva, sentada en la cama de la habitación. De su habitación.
“Eres idiota...”
Y mientras el teléfono del apartamento sigue sonando, ese muchacho silba con dulzura mi canción favorita. Y, sin apenas notar mi presencia, acerca la hoja de la navaja a su muñeca y la hunde, mientras levanta la cabeza, soportando un último dolor para dejar atrás otros muchos.
Yo, por mi parte, me fijo en sus ojos vacíos, y veo mi rostro reflejado en él.
Aunque en realidad no hiciera falta fijarme en sus ojos para eso.
“Mejor dicho... Soy un idiota...”
Y empiezo a silbar, contemplando su pálido cuerpo en la cama, manchado de carmesí, la misma canción que ya ha desaparecido de sus labios. De mis labios.
“¡¡Shun, abre!!”
¿...? Con tales golpes en la puerta no me extrañaría que la acabara abollando.
“¡¡Mierda, Shun!! ¡¡No lo hagas!!”
Lamentablemente, su esfuerzo ha sido en vano: ya no hay nadie que pueda abrirle. Ese pájaro tendido en la cama perdió sus alas, y ha decidido que no valía la pena vivir sin ellas.
La cuestión es... ¿estaba en lo cierto?
El sol de la tarde brilla con luz apagada en el firmamento. Se manifiesta el viento con una fuerte ráfaga, y embiste los ventanales con tal fuerza que no parece lejana la posibilidad de que se rompa el cristal. Con ese viento, no es de extrañar que los termómetros marquen 2º C de temperatura ambiente, y tampoco que el cielo parezca anunciar una tormenta inminente. Mucho menos que los ánimos de la gente decaigan, los accidentes y enfermedades sean más frecuentes, y que el hospital Konan de la fría ciudad en que se ha convertido –almenos por hoy- Sendai haya bastante más trabajo que de costumbre.
Sin embargo, eso no significa que haya mucha gente por los pasillos, sino todo lo contrario. En ciertos lugares de ese hospital, nunca ha habido más silencio. Y la habitación 141, que se muestra solemne enfrente de sus almendrados ojos y le hace encoger de pavor por lo que se pueda encontrar dentro, parece ser uno de ellos.
Tanto miedo le causa el entrar por esa puerta abierta ya unos centímetros, que dudas sin fundamento la empiezan a asaltar, diciéndole que puede bien ser que esa no sea la sala correcta. Pero ella sabe que lo es. Y no es cuestión de hacerle esperar más.
Así entonces acerca su mano, cubierta por un guante de cuero, y empuja débilmente esa puerta blanca, que chirría un poco al contacto con el suelo.
“¿Dónde estoy...?”
La joven sonríe aliviada, al oír la voz de la persona que temía no encontrar al volver a esa habitación de nuevo. De ser por ella, no habría salido ni un momento, pero se vio obligada a llamar a los padres del chico, pues tenían que saber qué le había sucedido. Y conociéndoles, ya deben estar de camino, pero eso a ella le importa menos que qué año será el próximo bisiesto. En estos momentos, sólo le preocupa él.
“Veo que ya has despertado...”
El hecho la llena de alegría de pies a cabeza, pero no puede evitar sentirse un poco triste por no haber estado en dicho instante.
“¿Suzume...? Qué ha... Ah...”
El varón, tendido en la cama con cables por todos lados y suficientemente cansado para ser incapaz de mover apenas un dedo, corta él mismo sus palabras, al parecer remembrando algo sobre la causa de su estado.
“Intenté suicidarme...”
“Intentaste suicidarte.”
Como un eco, ella repite sus mismas palabras, como recriminándole lo que estas significan. Como recriminándole lo que intentó hacer, y que por poco consigue.
“Por suerte los cortes fueron en vasos superficiales, así que no cortaste nada importante y pudiste sobrevivir después de que te lo cosieran y te transfirieran sangre para compensar con toda la que perdiste.”
“Ya veo...”
Quizás ella esperaba algo más después de esa explicación tan detallada, pero el muchacho simplemente no puede encontrar nada que objetar: los hechos son los hechos.
“Eso demuestra que ni para cortarme las venas valgo...”
El joven forma una sonrisa irónica, dolido mucho más por ese pensamiento que por los cortes de debajo de las vendas de su muñeca derecha, que apenas y puede notar. Lo que no esperaba es el silencio que llega después de sus palabras, y que convierte la habitación en algo parecido a lo que era antes de que la adolescente volviera. Y tampoco esperaba, sin duda, que en girar la cabeza hacia ella, oiría sus leves sollozos, rompiendo el hielo que él mismo había creado.
“Idiota...”
Kazama Shun se queda paralizado frente a la joven, y los labios le empiezan a temblar.
“Eres un... idiota...”
Es la segunda vez que me lo dice, y mi shock aún no ha pasado. Y no creo que tarde poco en pasar. Imagino sus ojos, apenas visibles desde mi ángulo por culpa de un flequillo azabache ondeante, y ayudado por angustiados gimoteos, prácticamente es como si viera en ellos sus lágrimas. Lágrimas de reproche. De reproche hacia mi.
“Lo soy... Y lo siento...”
¿Qué más puedo decir? Nada. Me siento impotente ante todo lo que pueda decirme en estos instantes, porque en todo lo que me diga, tendrá razón.
Intenté huir. Intenté huir, temeroso del futuro, sin el valor para afrontar lo que este me depararía. Intenté huir, pensando sólo en mí mismo, y sin tener en cuenta los sentimientos de los pocos que me rodeaban. Intenté huir, y ahora, en la cama de este hospital, lamento haberlo hecho, y me alegro de esta segunda oportunidad.
En la cama de este hospital, acabo de despertar del que bien podría haber sido un sueño eterno, y por primera vez en la vida, aunque ciego, me alegro de volver a la realidad, y de no haberme quedado en ese sueño que cercaba cuando me saqué la navaja del bolsillo. Me alegro de que, aunque no pueda verla, pueda estar junto a ella una vez más.
Recuerdo el odio. Que odiaba a toda la gente que me dejó de lado después del accidente que me costó la visión. Y que estaba tan ofuscado por mi odio y mi dolor que me olvidé de amar. Y me olvidé de lo que el amor me podía dar.
Pensé, que cuando perdí mi vista, había perdido mis alas. Pero en realidad, las perdí el mismo instante en que creí que las había perdido.
“Shun...”
Le sonrío con franqueza, y levanto mi mano para acariciar levemente su rostro, y ante su tacto, me acuerdo. Me acuerdo de las muchas veces que soñé con tocar el cielo azul, lleno de nubes blancas, la luna, con su brillo celestial durante infinitas noches, y las estrellas, luces tenues en el firmamento. Y me acuerdo que concluí que nunca podría llegarlos a tocar. Y ahora, sonrío al darme cuenta, que a pesar de lo lejos que están, esas cosas no tienen importancia alguna, y que nunca la tuvieron. Y, sujetándole la barbilla, acerco sus labios mientras yo mismo acerco los míos, y me doy cuenta, de una vez por todas, que lo que realmente importa, está al alcance de mi mano, y ahora que lo sé, nunca lo dejaré ir.
Porque se necesitan alas para acercarte al cielo, la luna y las estrellas. Y porque aunque yo, gracias a ella, las tenga ahora de nuevo, por ahora me voy a conformar con cubrir los centímetros que separan nuestros labios.Autor: Reverté Fabregat, Àngel.
Como os dije, fue cortita (así que espero que alguien la haya leído xD). Espero que os haya gustado. | |
|