Bueno, he decidido publicar este relato que me dió un premio en el instituto xD. Espero que os guste.
Relatos de un ángel caído
Me llamo Azharel. Aunque no soy humano encuentro de mala educación empezar a contar una historia sin presentarse antes. Dicho esto, empiezo con mi relato.
Yo era un ángel, literalmente. Más bien un arcángel, y sí, digo era porque ya no lo soy.
Yo era descendiente directo del Gran Señor y vivía con mis dos hermanos mayores en el etéreo, casa de ángeles. Aunque diga casa de ángeles, en ese sitio sólo podíamos acceder nosotros. Era una gran nube blanca, no se podía divisar su final. Siempre íbamos ataviados con blancas túnicas, hechas de nuestros propios cabellos. Allí teníamos todo lo que necesitábamos para distraernos, ya que, a diferencia de nosotros, supe que los seres humanos necesitan dormir y alimentarse.
En aquel entonces mis dos hermanos se encargaban de erradicar el mal en un mundo paralelo al nuestro... Tierra se llamaba? Pensándolo bien, nunca quise saber más de lo que me contaban mis hermanos, de que era un sitio lleno de desolación, sin nada interesante por lo que debía preocuparme, y que el Gran Señor no me había encargado a mí esa misión porque quería protegerme del mal, y mantener mi espíritu puro.
Gracias a quién lo haya leído, espero que os haya gustado.
Yo nunca había salido del etéreo, pero mis hermanos y yo sabíamos que había otros ángeles. Ellos habían ido a la Tierra, pero nunca donde se encontraban los otros ángeles. Así que decidimos bajar, sin permiso del gran señor, al sitio que creíamos que se encontraban.
Y así fue. Allí los vimos, vivían en un sitio similar al nuestro, y debían reconocernos porque al acto se arrodillaron. Me quedé estupefacto. Estaban todos por debajo de mí, a mi servicio. La euforia me subió por el cuerpo como cuando entras en el agua y notas como te va acariciando al piel.
Por primera vez, miré a mi alrededor. Las nubes sobre las que posábamos nuestros pies no eran blancas, si no grises, pero el espacio en que se encontraba esta gente era cómo el nuestro.
De repente sentí una imperiosa necesidad de ver más, conocer más cosas, saber, sentir, salir de ese sitio...
Mis instintos me dominaron, aun sabiendo que el Gran Señor sabría lo que iba a hacer, lo hice. Cogí a un ángel de cabellos dorados, arrodillado en frente de mi y le dije:
-Plebeyo! Déjame ver tu rostro y dime... ¿Cómo puedo salir de aquí?
Mis hermanos me miraron atónitos. Les dirigí mi mirada al notar las suyas en mi nuca. Me olvidé por completo del ángel que había cogido por la túnica y dijo casi gritando:
-Ba...baje... hasta la nada... y no abra la puerta...el...¡el cofre!
Le solté. Mis hermanos seguían con su mirada clavada en mi rostro. Entonces se miraron.
-Creo que ya va siendo hora de que lo sepa, perdónenos padre- dijo el mayor alzando su mirada y juntando sus manos.- Vamos Azharel, no te separes de...¡Azharel!
Demasiado tarde. Salí corriendo de allí, hacía abajo, y...caí. Esperando el golpe cerré los ojos, pero no hubo tal golpe, abrí los ojos... oscuridad. Sólo había eso, oscuridad, como nunca la había visto.
Instintivamente me di la vuelta y un destello de luz me inundó los ojos. ¿Eso era la nada?
-¿Pero qué...?- dije sin pensar.
La luz provenía de la puerta, la puerta... esa que no debía abrir? Demasiadas cosas me habían sido prohibidas.
Me acerqué corriendo a ella, alargué el brazo y me paré a un palmo de ella, no porque quisiera sino porque mi mano no avanzaba más... ¡no podía tocar la puerta!
De repente otro destello de luz se iluminó a mi derecha. Me di la vuelta. Allí donde hace un momento había oscuridad, ahora había un cofre. El cofre! Era evidente que tenía que abrirlo. Y así lo hice.
A partir de ese momento mi memoria se nubla. No sé exactamente lo que pasó, no sé si me caí, si me absorbió,... no sé que me ocurrió. Lo único que recuerdo después de eso es un sitio desconocido. Estaba tumbado en el suelo... ¿Suelo? ¿Eso era un suelo? No había nubes en ningún lugar, todo era verde y marrón. Había... había... ¿Árboles se llaman? Pues había por todas partes. Y algo me caía encima. Ah, si, recuerdo que primero no supe que era eso que me golpeaba la cara como pequeñas agujas de oro clavándose,... era agua. Cayendo de esa forma tan dispersa y fría.
¿Sabes una cosa? No lo he explicado porque he creído que era obvio pero los ángeles tenemos alas. Pero no alas de plumas blancas como creen los humanos. Las alas son nuestro cuerpo, tienen huesos, son de nuestra propia piel. A diferencia de los humanos los ángeles tenemos la piel extremadamente blanca, así que supongo que se podría decir que nuestras alas parecen hechas de tela.
Pues bien, de repente sentí un dolor intenso en mi espalda... ¡Mis alas! ¡Ya no estaban! No podía moverme. Me dolía todo el cuerpo, estaba débil, no podía articular ni una sola sílaba...
Alguien. Vi alguien acercándose a mi. Se agachó y me miró. Yo no veía con nitidez, así que me limité a intentar enfocar la vista...De repente, empezó a quitarme mis prendas. Me sobresalté, ¿Que estaba haciendo? Saqué fuerzas de donde pude y le cogí el brazo. El se soltó y sentí un dolor intenso en mi mejilla y un liquido caliente que resbalaba por ella...
Acerqué mi mano a mi mejilla, y miré ese líquido de color rojo mientras el desconocido seguía desprendiéndome de mis ropas...
-¿Qué? ¡No eres una mujer!- dijo con la voz rasgada.
De repente se oyó una detonación que resonó entre las copas de los árboles e hizo que el murmullo de las gotas de agua se convirtiera en el graznido de los cuervos que abandonaban sus nidos por el espanto.
El cuerpo de esa persona que me estaba examinando se desplomó a mi lado, salpicándome del mismo líquido que me cubría la mejilla. Otro ente se me acercó a grandes pasos. Hice inútilmente el esfuerzo de incorporarme, con el miedo metido en el cuerpo, y un dolor cada vez más intenso en la mejilla y en el sitio donde tenía mis alas.
-¡Oye! ¡Oye! ¿Estás bien? ¡Mujer!- dijo el hombre. Se quedó callado un momento y noté como aguantaba la respiración.- Eres...un hombre...
Sin saber muy bien porque no me resistí, dejé que ese hombre me cogiera en brazos y me llevara...
Sentía un latido cerca de dónde tenía la cabeza...¿Era eso lo que llamaban corazón? ¿Porque le latía cada vez más fuerte? Sus brazos eran cálidos, sentí que me hablaba pero no entendí que decía, se me estaban cerrando los ojos...
-Sí, claro, no se preocupe, yo cuidaré de...esto...él.- dijo una voz familiar.
Oí más voces, lo escuchaba todo cómo a través de un filtro...
De repente, otra voz habló.
-Bien, lo dejo en sus manos. Infórmeme inmediatamente si se despierta, entendido?- dijo esa voz, y seguidamente se oyó un golpe seco de madera contra madera.
Abrí los ojos de mala gana. Quería seguir ahí tumbado pero tuve miedo. Esta vez sí, me incorporé.
Ese humano vino hacía a mi tan rápido que a su paso se llevo una mesa y una silla al suelo, causando gran estruendo.
Me sobresalté, y debió notarlo porque enseguida me dijo:
-¡Tranquilo tranquilo! ¡No te asustes por favor! ¡Voy a ayudarte...! ¿Estás bien?
No se porque pero ese hombre consiguió tranquilizarme. Asentí con la cabeza. Y lo miré mas detenidamente. Tenía los ojos verdes, grandes, brillantes. Era bastante agraciado y joven. Su pelo azabache la caía encima de sus ojos, me cautivó.
-Esto... disculpa pero...¿Realmente eres un hombre?¿Puedes hablar?
-Sí.-le contesté en un tono que no parecía el mío, así que me di prisa en continuar la frase, porque hasta a mi me pareció que lo decía enfadado- Soy un hombre, siento que hayas pensado lo contrario...pero...no me parezco tanto a una mujer...
Me dio un espejo. Lo cogí y me miré. Vi la misma cara de siempre. Mis ojos azules, que parecían de cristal, mi piel extremadamente pálida, mis rasgos... a lo mejor era eso...eran muy finos para ser de un hombre... ¡Mi pelo! Estaba lleno de barro, sólo se distinguían algunos mechones blancos como la nieve.
-¿Cómo te llamas?- me preguntó.
Alcé la vista y vi un resplandor en sus ojos. Cada vez me sentía más a gusto en ese sitio.
-Azharel. Y sé que vosotros los humanos, no sabéis de nuestra existencia, y aunque no lo creas...- dudé
un momento antes de decir lo que iba a decirle al ver su cara de estupefacción.- soy un ángel.
El humano respiró hondo. Me dirigió una mirada penetrante antes de hablar.
-Yo me llamo Kytziar. Y aunque tú, un ángel no crees que alguien pueda creerte, yo te creo.
Me dejó sin palabras. Me dirigió una sonrisa cálida que me hizo sentir de nuevo entre las nubes que eran mi casa.
-¿Entonces me crees? Pues, entonces...¡Tienes que ayudarme!
Le expliqué todo lo que me había pasado. Y el me contó que aquel hombre del que me había salvado había intentado abusar de mi. De repente se empezó a poner nervioso.
-Y bueno... yo...debo ayudarte pero...
Una fuerza inexplicable me apretó en el pecho y sentí como si una cuerda me atara la garganta. No tuve tiempo de darme cuenta de que estaba sintiendo que de repente la puerta de la casita dónde estábamos se salió de su sitio y cayó al suelo con gran estruendo.
-Hermanos...!- grité- ¿Dónde...? ¿Cómo...?
-Vámonos Azharel. No puedes quedarte más tiempo aquí.-dijo el mayor.
Al mismo tiempo que hablaba, mi otro hermano me cogió del brazo y me levantó, y sin ni siquiera vestirme me sacó a la oscura calle.
Miré atrás, y vi a Kytziar, allí, sentado, con la más absoluta desolación pintada en su cara. Pensé que, haber estado tanto tiempo en el cielo no me había servido de nada, todos los sentimientos que había experimentado allí, en mi hogar, no podían compararse a lo que había sentido en ese mundo tan extraño en tan poco tiempo. Por primera vez, sentí pena. Pena porque sabía que no iba a volver a ver a mi salvador, a ese hombre que me miraba desde la puerta y que intentaba ir hacia mi, mientras mi hermano mayor se lo impedía.
-¡Azharel! ¡Azharel! ¡Vuelve! –dijo, desgarrándose la voz.- ¡No le alejéis de mi...! ¡Demonios!
Reaccioné de pronto. ¿Mis hermanos realmente eran ángeles? ¿A donde me llevaban yo sería feliz?
En esos momentos estaban causando la desesperación de ese ser que gritaba mi nombre. Eso no era felicidad. No era todo tan malo en la tierra como el Gran Señor me había contado. Allí me sentí bien.
Me deshice de mi hermano, que me estaba sujetando con un movimiento y fui hacia Kytziar.
-¡No me separaré de él!- grité. Mis hermanos me miraron, y les aguántela mirada. No me atreví a mirar a Kytziar, noté que todo mi cuerpo estaba lleno de rábia.
-Ya le podéis decir a VUESTRO señor, que si me quiere con él, ¡Ya puede venir a buscarme!
Mis hermanos se miraron y el mayor exclamó:
-Azharel, esa es tu decisión, quédate si quieres, pero que sepas, que lo que sientes por este humano es imposible que se cumpla. Sois criaturas totalmente diferentes. Nunca serás feliz. Aun estás a tiempo. ¡Puedes volver!
Los gritos habían atraído a los aldeanos. Habían salido a las calles y observaban la escena asustados.
-¡Nunca! Porque yo...- Miré a los ojos a Kytziar, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Supongo que eso me dio coraje para continuar-...¡Le quiero!
El silencio se presentó después de mi grito. Hubiera podido cortar el aire con un cuchillo.
-Muy bien, prepárate para recibir tu castigo. El Gran Señor no perdona.
Y se fueron. Caminando se perdieron en la oscuridad. Me fijé por primera vez en la gente del pueblo. Kytziar me abrazó. Sentí el dulce tacto de su piel. Miré hacia los aldeanos con esperanzas de oír palabras de consuelo, palabras que no me hicieran daño pero...
-¡Tabú! ¡Kytziar...! ¡Cómo se te pasa por la cabeza...!
-¡No podéis estar juntos! ¡Sois hombres!
Se me cayó el alma al los pies. ¿Qué no podíamos estar juntos? Kytziar estaba horrorizado. Así que decidí ayudarle, tal como él había gritado mi nombre.
-Pues si no podemos estar juntos porque somos hombres,-dije sin tenerlo muy claro.- seré mujer.
La aldea enmudeció, y aproveché para usar mis poderes celestiales y convertirme en una fémina.
Kytziar me miró con una expresión con la que nunca le había visto.
-No... no quiero que cambies...
-¡Brujería!
-¡Bruja!
Se oyeron gritos por toda la aldea. Alguien disparó una flecha.
-¡No!- gritó Kytziar. Y se interpuso en su camino.
Le dio en pleno corazón mientras tres flechas más se me clavaban. Yo era un ángel. Los ángeles no mueren. No podían matarme.
Por primera vez en mi vida, sentí lo que era dolor. Vi el cuerpo sin vida de Kytziar tirado en el suelo, sangrando. Si no fuera por la flecha que tenia clavada, podría decirse que estaba dormido. Me levante mientras dos flechas me pasaban rozando mis cabellos. La ira me dominó. Me lancé encima del que le había disparado y le arranqué la cabeza con mis propias manos. No necesitaba armas. Mi fuerza era más que suficiente para matarlos a todos. Al ver ese espectáculo sangriento, muchos aldeanos se metieron en sus casas. Muchos echaron a correr, con el resultado que sólo quedamos yo, el cadáver mutilado, y Kytziar, en el suelo... muerto.
No quería admitirlo. Me incliné sobre él y le cogí la mano. No me salían las lágrimas. Le había dejado morir por mi...
-Azharel.
No me lo podía creer. Acababa de tragarme una luz blanca. Me encontraba en la misma posición el que estaba delante del cuerpo de Kytziar. Pero allí no había ningún cuerpo.
-Azharel.
La voz del Gran Señor, sin duda. En ese momento me dio igual lo que pudiera hacerme. Ya me había arrebatado mi corazón. ¿Qué más me robaría ahora?
-Nunca volveré a tu lado.-le dije, pensando en la forma de poder volver con el cuerpo de Kytziar.
-Me has desobedecido. No tengo alternativa. Debo castigarte. No es mi deseo hacer esto pero no puedo permitir que mi descendiente más directo me desobedezca.
Ya sabes que matar a un humano es la falta más grave de todas. El castigo es la muerte, pero no deseo matarte. Lo que voy a hacer, es convertirte en la criatura más vil y cruel que existe sobre la faz de la tierra. Espero que tus hermanos te encuentren y te maten de la forma más dolorosa y cruel que pueda existir: El crucifijo Ignis Divine.
Azharel sabía muy bien en que consistía ese castigo. Ahora lo convertiría en un ser que sólo puede ser eliminado mediante este castigo, para que sus propios hermanos acaben con él.
¿En qué me convertí? En el único ser con el que podía devolverle la vida Kytziar. En un vampiro.
Desde entonces han pasado 150 años. Ahora pienso en todo lo que perdí... y cada vez me arrepiento menos.
Estoy escribiendo esta historia en mi diario desde la torre más alta de mi castillo. Sí, ahora tengo un castillo.
El día en que el Gran Señor me convirtió en vampiro mordí el cuerpo sin vida de Kytziar y le devolví la vida en forma de vampiro, es más, una vida eterna.
Matamos a todos los habitantes del pueblo y nos alimentamos de ellos. Es muy diferente ser un vampiro que ser un ángel. Todas las sensaciones... es inexplicable. Increíble. No cambiaría esta no-vida por nada del mundo.
Te preguntarás porque escribo este diario... es porque Kytziar me lo pidió. Ahora está conmigo, en mis aposentos. Contemplando nuestro patio... bueno, el patio que le arrebatamos al anterior señor de este castillo. Aún me acuerdo del...su sangre era muy dulce...
Mejor no me desvío del tema, al señor lo enterramos en su propio patio, al igual que a toda su familia.
Pero hay dos tumbas más en ese patio. Hasta que no maté a mis dos hermanos no sabía que los angeles pueden morir por la mordedura de un vampiro. Siempre he estado pensando que el Gran Señor me dejó llegar a la nada y abrir ese cofre por alguna razón, aunque no la sé.
Ahora que ya he encontrado la felicidad al lado de Kytziar tengo otro deseo que cumplir. Subiré al cielo para matar a mi creador, y demostrarle que, todas las criaturas tienen derecho a la vida y a la libertad y que nadie se lo puede arrebatar.